Artículo del "
Instituto Español de la Bolsa". Aparte de su interés intrínseco, suelen dar positivo alto a sucedáneo del español:
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En el invierno de 1789, Francia se encontraba en una encrucijada.
Mientras las ideas de libertad, igualdad y fraternidad encendían el fervor popular, las arcas del Estado se vaciaban a un ritmo alarmante.
El rey Luis XVI, consciente de la crisis económica que asfixiaba al país, se enfrentaba a una tormenta perfecta: guerras costosas, una corte extravagante y un sistema fiscal profundamente injusto que gravaba a los más pobres mientras los nobles disfrutaban de exenciones. A medida que las llamas de la Revolución crecían, surgía una pregunta acuciante: ¿cómo financiar el cambio cuando el país estaba al borde de la bancarrota?
Los revolucionarios, recién llegados al poder tras la toma de la Bastilla, no solo heredaron una nación con sed de libertad, sino también una deuda colosal.
Con la monarquía tambaleándose y el antiguo sistema de recaudación de impuestos desmoronándose, se necesitaba una solución urgente.
Fue entonces cuando los líderes de la Asamblea Nacional tuvieron una idea audaz, pero peligrosa: confiscar las vastas propiedades de la Iglesia católica, que en ese momento representaban cerca del 10% de las tierras de Francia, y utilizarlas como garantía para emitir una nueva forma de dinero: los asignados.
Los asignados, en su concepción original, no eran solo una moneda más. Representaban una promesa.
Cada billete estaba respaldado por una parte de las tierras nacionalizadas de la Iglesia, lo que, en teoría, proporcionaba un valor tangible y real. La idea era que, al vender estas tierras, el Estado podría usar el dinero recaudado para redimir los asignados. De esta forma, no solo se aliviaba la deuda del gobierno, sino que también se distribuían las tierras entre los ciudadanos, democratizando el acceso a la propiedad.
Al principio, el plan fue recibido con entusiasmo. Los asignados se convirtieron rápidamente en un símbolo de la nueva Francia, un testimonio del poder del pueblo sobre las instituciones antiguas.
En las calles de París, los revolucionarios intercambiaban estos billetes con orgullo, creyendo que representaban no solo dinero, sino una participación en el futuro del país. Los mercados
comenzaron a funcionar de nuevo, y los pequeños comerciantes, campesinos y ciudadanos de a pie sintieron que, por primera vez en mucho tiempo, el Estado estaba trabajando para ellos.
Sin embargo, bajo este optimismo subyacía una realidad más sombría. El nuevo gobierno revolucionario, necesitado de más fondos para financiar las guerras externas y las reformas internas,
comenzó a imprimir asignados a un ritmo alarmante.
Lo que había
comenzado como una medida prudente y limitada, pronto se convirtió en una avalancha incontrolada de papel moneda.
A medida que se emitían más y más asignados, algo inevitable
comenzó a
suceder: el valor de la moneda
empezó a caer.
Los ciudadanos, al ver que el mercado se inundaba con estos billetes,
empezaron a perder confianza en su valor. Después de todo, no todos los asignados estaban respaldados por tierras reales y, en muchos casos, la promesa de redimirlos nunca se cumplió.
Lo que siguió fue una espiral inflacionaria que devastó la economía.
Los precios de los bienes esenciales, como el pan, se dispararon. Los salarios no lograban mantenerse al ritmo de la inflación, y el descontento popular, que ya era alto debido a las tensiones sociales, se intensificó aún más.
En solo unos pocos años, los asignados, que alguna vez fueron vistos como la salvación económica de la Revolución, se convirtieron en un símbolo de traición y fracaso.
La inflación no fue el único problema. La desconfianza en la moneda también se extendió al sistema político. Los comerciantes y campesinos
comenzaron a rechazar los asignados, prefiriendo intercambiar bienes a través de trueques o utilizando monedas extranjeras más estables.
Esto profundizó aún más la crisis financiera, ya que el gobierno revolucionario se quedó sin una herramienta efectiva para financiar sus operaciones.
Para 1796, los asignados se habían desmoronado por completo. Los ciudadanos los utilizaban como papel para encender fogatas o incluso como juguetes para niños. El gobierno, incapaz de controlar la inflación, abandonó oficialmente la moneda y tuvo que recurrir a nuevas medidas para restaurar la economía, aunque para muchos franceses, el daño ya estaba hecho.
La moneda que alguna vez representó esperanza ahora solo evocaba recuerdos de pobreza y desconfianza.
La historia de los asignados ofrece una lección atemporal para los traders modernos: la confianza es la base de cualquier sistema financiero. No importa cuán bien estructurado esté un activo o moneda; si los participantes del mercado pierden la confianza en su valor, ese sistema está destinado a colapsar.
La emisión excesiva de dinero o la manipulación de activos sin un respaldo sólido siempre conlleva el riesgo de inflación y desconfianza.
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